Uno de los testamentos más curiosos de la historia fue el que dispuso un canadiense de nombre Charles Vance Millar, que vivió entre 1853 y 1926. Al parecer, a Millar le importaba tan poco una posible superpoblación del planeta, que legó su patrimonio a la mujer de Toronto, Ontario, que tuviera más hijos en los diez años siguientes a los de su fallecimiento.
Millar reunía además dos atributos buenos para la faena: era abogado y tenía cuantiosos recursos para legar. Había sido inversionista en el ramo de la construcción y cuando en 1936 llegó el momento de buscar a la paridora ganadora del gordo, su fortuna post mortem ascendía a 750.000 dólares.
Aparte de bromista, parece que también era un especialista en derecho sucesoral, porque no hubo forma de invalidar el testamento, pese a los varios recursos que los abogados del gobierno de Ontario interpusieron durante diez años.
La competencia fue tan dura que al final terminó en empate entre cuatro procreadoras que trajeron al mundo nueve torontonianitos cada una, correspondiéndole 125.000 dólares a cada útero, descontando los costos del proceso. Todo un record de alumbramiento en el Canadá de esos tiempos y una atrocidad en el actual.
Pero un testamento tan curioso no podía cerrarse tan fácilmente. Surgieron dos contra demandas. Una señora presentó diez certificados de alumbramiento, aunque dos bebés habían nacido muertos. Otra mujer acreditó diez partos biológicamente legítimos, pero con algunos legalmente ilegítimos. Ambas fueron arregladas con sumas menores.
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