Cuando llega el momento de hacer testamento, hay personas que rayan en lo estrafalario a la hora de redactar sus últimas voluntades.
Buen ejemplo de ello es Leona Helmsley, fallecida en 2007 a los 87 años en Greenwich, Connecticut.
Esta señora era la dueña de un imperio de bienes raíces valorado en más de cinco mil millones de dólares, que incluía la propiedad del edificio del Empire State; se la conocía como la “reina del mal”, por su despotismo y carácter irascible.
Al hacer testamento dejó a su perra, una maltesa blanca llamada Trouble (problema) doce millones de dólares y nombró a su hermano administrador de dicha fortuna y encargado del cuidado del animalito.
A su hijo le dejó “el placer de trabajar, cosa que no has hecho jamás” y a su hija mil dólares: según ella los iba a necesitar, pues el único negocio decente que había hecho en su vida fue conseguir marido.
El grueso de su fortuna, al realizar testamento se lo legó a su fundación que tiene por objetivo el cuidado y la ayuda a perros sin hogar.
En 2008 un juez “recortó” la herencia de la perrita, a la que sólo le quedaron 2 millones de dólares y el resto lo asignó a los nietos de Leona, que habían sido omitidos por su abuela al hacer testamento.
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