A la hora de dejar por escrito las últimas voluntades, lo mejor es ser lo más especifico posible, lo cual evitará malos entendidos, litigios y pleitos.
Ya que realiza el reparto de sus bienes, trate de dejar bien claros la mayor cantidad de datos posibles: qué quiere dejar, a quién, en qué condiciones y si fuera pertinente, hasta en qué proporción.
El Nobel que no fue muy concreto
Camilo José de Cela, premio Nobel de Literatura en 1989, falleció a los 85 años el 17 de enero de 2002 en la ciudad de Madrid.
En su testamento nombró a su segunda esposa Marina Castaño, como «legítima heredera» de todos sus bienes y cedió a su Fundación cita en Iria Flavia, localidad natal del autor, todos los manuscritos y libros que a su muerte se encontraran en su domicilio.
A su único hijo, producto de su primer matrimonio, especificó que le consideraba «totalmente pagado» con la posesión de un cuadro del pintor Miró, que recibiera cuando sus padres se divorciaron y cuyo valor se considera «incalculable».
Pidió ser sepultado en el cementerio que se encuentra cerca de su casa natal y aclaró que por ningún concepto y bajo ninguna circunstancia, se movieran de allí sus restos.
El título de Marqués de Iria Flavia pasó a manos de su vástago y un tercio de la herencia le pertenece por ley, pero el hecho de apartarlo «técnicamente» del reparto de sus bienes, solo fomentó un largo litigio, que recién se pudo resolver cuando se supo el monto total de la herencia.
Diez años después, en 2012, el juez condenó a la esposa y a la Fundación a pagar al hijo del escritor la suma de cinco millones de euros en concepto de «legítima«.
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Foto gentileza de: Cela
