Tengo una amiga que con 17 años se quedó embarazada. Era una juerguista de cuidado y, la verdad, fue un shock tremendo. Digamos que con la maternidad su ritmo de vida quedaría en suspenso. Sin embargo, pertenece a una familia de clase alta, bastante conservadora y muy católica. Así que la solución pasó por casarse y tener a su niña, aunque realmente, más que madre e hija parecían hermanas.
Pasado un tiempo mi amiga estaba deseando reanudar su vida de soltera en plena efervescencia. Así que sus padres se ofrecieron a criar y mantener a la niña. Ella, al cabo de un par de años, se divorció del padre de la niña y se fue a vivir a Ibiza. La niña se quedó a cargo de los padres, quienes le dieron una educación elitista en los mejores colegios privados de Barcelona.
La bondad y el cuidado de los más débiles en el buen hacer de un testamento
Le costearon los estudios universitarios -por supuesto también privados- y le subvencionaron un ritmo de vida que ya quisiéramos muchos haber tenido. Pero todo esto no fue gratuito para mi amiga. Su padre, un hombre bien serio, responsable e instruido, acostumbrado a meditar las cosas antes de hacerlas, estableció en su testamento que todos los gastos realizados con esa nieta, que no hubieran sido hechos también con el resto de sus nietos -y os aseguro que son unos cuantos-, se descontarían uno por uno de la herencia que le pudiera corresponder a mi amiga en el reparto de bienes.
Así las cosas, nunca, a lo largo de los años transcurridos, ha habido en esa familia ningún tipo de reproche por parte de los hermanos de mi amiga.
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