Hacer testamento es algo muy normal, no importa cuál sea la profesión, el estado civil, las creencias religiosas o a cuanto asciendan nuestras posesiones. Nada mejor que cada uno, para decidir exactamente cómo repartir nuestros bienes y a quién dejar qué.
El famoso dramaturgo inglés William Shakespeare fue previsor en extremo a la hora de realizar su testamento. A su hija Judit le correspondieron 100 libras esterlinas y un cuenco de plata, además le dejó otras 150 en reserva si no reclamaba sus derechos sobre Chapel Line (la casa de Shakespeare) y otro tanto si ella vivía al menos 3 años más que él. De lo contrario ese dinero se lo legaba a su nieta Elizabeth.
A su esposa, Anne Hathaway, con quien se casó cuando apenas tenía 18 años y ella 26 (estaba embarazada de 3 meses de su primera hija), le dejó la tercera parte de sus bienes y “la segunda mejor cama de la casa”, seguramente porque la mejor se le daba a los invitados, lo que sugiere que esa era su propia cama.
También se acordó al hacer testamento del marido de Susan, su hija mayor, a quien le dejó determinadas pertenencias, lo mismo que a sus sobrinos y a Joan, su hermano.
Tal y como se acostumbraba a hacer en aquella época, dedicó 10 libras para caridad, con instrucciones precisas de que debían ser repartidas entre la gente pobre del barrio londinense de Stratford.
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Foto gentileza de: pictyfi