Cuando Christina Onassis, la hija que le sobrevivía al magnate naviero de origen griego Aristóteles Onassis, murió en condiciones misteriosas en una villa de descanso en la cuidad de Tortuguitas, en Buenos Aires, Argentina, se originó un escándalo en cuyo vértice se encontraba la pequeña Athina Roussel, hija de Christina y heredera universal de una fortuna que a la fecha supera los 2 mil millones de euros.
La triste historia
Para 1988, Aristóteles Onassis había cedido una gran cantidad de propiedades y cuentas bancarias corrientes a su hija Christina, hecho que la convertía en la heredera más acaudalada del viejo continente.
Cuando repentinamente, después de varios fracasos matrimoniales y constantes crisis depresivas, un edema pulmonar agudo terminará quitándole la vida a la mujer de 37 años, muchos se preguntaron a manos de quién iría a parar la grandiosa fortuna que el millonario griego hubo accedido a otorgar en vida.
En octubre de 1988, apenas un mes antes de su fatídica muerte, Christina realizó un testamento manuscrito de cinco páginas en el que otorgó en herencia una cantidad específica de dinero a cuatro administradores de la Fundación Onassis y a su exesposo Thierry Roussel.
El resto de su fortuna (que incluía una flota naviera comercial, una red de refinerías de petróleo y oro, numerosos inmuebles, hoteles, empresas turísticas, yates, cuentas bancarias y una costosa colección de arte y joyas) la legó a su hija de tres años de edad, Athina Roussel.
La prensa rosa especuló que Christina ya anunciaba su muerte al otorgar testamento apenas un par de días antes de partir a su destino final en Tortuguitas, sitio donde se dice, la heredera se puso en contacto con un sacerdote de la iglesia griega ortodoxa para afinar los detalles de su funeral.
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