Hace pocos meses murió una señora bastante cercana a mí. La mujer era viuda y no tenía hijos, pero sí un montón de sobrinos. De entre estos sobrinos había uno muy espabilado para ciertas cosas, que se supo trabajar bastante bien a la tía. Total, que se ofreció gustoso para asesorar a la señora en todo lo concerniente a temas económicos, entre los cuales se encontraba acompañarla al notario para que hiciese testamento. Y así fue. Un día la señora anunció al resto de sobrinos que ya lo había dejado todo solucionado.
Repartir tus bienes conforme a tus deseos en un testamento
La señora, aparte de una suculenta cuenta corriente -los ahorros de toda una vida de austeridad y cobro puntual de una buena pensión-, tenía un piso en propiedad y alguna que otra joya guardada en su casa.
El deseo expresado verbalmente por la buena mujer era que sus alhajas se repartieran entre todos sus sobrinos, salvo a uno. La excepción era ese al que ya dejaba en su testamento los dineros y el piso. El testamento no establecía nada más. No hablaba de joyas ni de nada por el estilo. Por supuesto, el afortunado sobrino le aseguró que a su muerte sus deseos serían cumplidos al pié de la letra. Ella quedaba tranquila porque lo dejaba todo en manos de su sobrino de confianza.
Como digo, hace pocos meses que la señora murió. En el testamento sólo constaba como heredero un sobrino. Sí, el sobrino. Y ojo, que no es una crítica. Que se hubieran espabilado los demás. Pero lo cierto es que todavía están esperando la llamada del primo listo para darles la joya correspondiente.
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Imagen cortesía de www.abogadodeherenciasorihuela.com
