Ahora os voy a contar un caso real como la vida misma. Se trata de una pareja de ancianos que ha dedicado toda su vida a trabajar bien duro. Él en el campo y ella como ama de casa, de las de antes. La pareja en cuestión sólo tuvo una hija. Ésta se casó y les dio una nieta. Pero la realidad del caso es que la hija nunca fue, ni como hija ni como persona, un ejemplo a seguir -tenía ciertos problemas psicológicos y la convivencia con ella era del todo imposible-.
Para colmo, al poco de tener a su hija se divorció y la niña pasó la mayor parte de su vida a cargo de los abuelos. Del padre de la niña nunca más se supo. Pasaron los años, la nieta se hizo adulta, encontró un trabajo y se independizó, pero nunca perdió el contacto con sus abuelos, que para ella eran como sus padres.
Hace unos años el abuelo murió, pero como todos los bienes eran comunes a la pareja, no hubo ningún problema. Lo malo vino cuando la señora se puso enferma y hubo que internarla en un centro. No es complicado conjeturar quién se hizo cargo de la señora ¿verdad? Por supuesto, la nieta.
Hará cosa de un año que la señora falleció y como no había testamento ni declaración de herederos ni nada que hubiera pasado por un notario, resultó que la heredera universal era la hija. Sí, esa mujer que entre otras patologías padece el Síndrome de Diógenes. Nada más fallecer la señora, su hija se trasladó a vivir al piso que le había tocado en herencia. Nadie sabe dónde vivía antes, pero desde el primer minuto en que se mudó al piso de sus padres -ahora suyo-, los vecinos no han tenido un instante de tranquilidad.
Y lo triste del caso es que la nieta paga todos los meses un alquiler y ahora le toca también ocuparse de su madre. Es habitual verla llegar con su coche y llenarlo con tremendas bolsas cargadas con tratos y basura inútil que acumula su madre en la casa que un día fuera de sus abuelos y que, en justicia, de haber existido un testamento hecho en vida, seguro le hubieran legado a ella.
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