La gran mayoría de las personas cree que el testamento es algo que debe hacerse en casos extremo, ante problemas de salud o cuando existe la creencia de que entre los herederos no habrá consenso a la hora del reparto de los bienes.
Pero la mejor medida es dejar por escrito sus últimas voluntades en cuanto pueda, teniendo en cuenta que todo testamento puede ser modificado, rectificado e incluso anulado.
Un buen ejemplo de previsión
Margaret Layne, una señora viuda y sin hijos, residente en la ciudad de Londres, se cruzó un día con un gatito callejero, se lo llevó a su casa y finalmente decidió adoptarlo llamándole Tinker.
La dueña de Tinker, muy prudentemente había hecho testamento años atrás, dejándole su casa a unos vecinos y un cuadro al óleo al colegio al cual había acudido su esposo (a pedido de éste).
Cuando el felino entró en su vida, decidió que no podía dejarlo desamparado en caso de que ella falleciera, por lo que modificó la primera parte de su testamento nombrando a Tinker como «residente vitalicio de su casa» valorada en algo más de medio millón de euros.
A los vecinos antes mencionados, les nombró albaceas testamentarios de los 160.000 euros en efectivo y les encomendó la tarea de velar por la salud y el bienestar del gatito.
Muy precavidamente dejó una cláusula que dice que en caso de que Tinker fallezca, abandone definitivamente la casa o pasen 21 años desde la muerte de su ama, los albaceas estarán en libertad de proceder con el dinero y la propiedad, como mejor les parezca.
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Foto gentileza de: Tinker
