La voluntad del testador suele estar orientada a que cuando se lea su testamento, los beneficiarios acaten su voluntad; aunque no siempre sucede esto.
Un caso muy claro es el de la fortuna de Rocío Jurado. La diva luchó tenazmente contra su enfermedad, pero cuando al fin tuvo que claudicar ante su mal, intentó que sus asuntos quedaran «bien atados».
Para ello dictó testamento nombrando a su hija Rocío Carrasco, fruto de su primer matrimonio, como heredera universal de todo su patrimonio musical (joyas, vestidos, etc.), además de varias propiedades.
Dejó explícitas órdenes de que la casa que tenía en la Moraleja fuera vendida y el monto recaudado se dividiera en tres partes iguales: una para cada hijo, Rocío, José Fernando y Gloria Camila; estos dos últimos podrían heredar una vez cumplieran la mayoría de edad.
El resto de la herencia de su madre, los hijos que Rocío adoptó con Ortega Cano lo recibirán cuando cumplan 25 años.
A su esposo, el famoso torero no lo incluyó en su testamento, ya que varias propiedades que habían adquirido juntos estaban a su nombre.
La cantante dejó legados para sus hermanos y sobrinos e incluso hasta para su secretario personal, quien trabajó a su lado codo a codo durante muchos años.
No hay dudas que Rocío se fue dejando el corazón de España roto. Cuando se leyó su testamento, se rompieron varios más: los de los que no estaban de acuerdo con las cláusulas del mismo.
Al final todo se arregló, salvo que cuando José Fernando cumplió los 18, su padre no quiso que se hiciera cargo de la herencia de su madre. Terminó cediendo, pero el tiempo le dio la razón: el chaval ha dilapidado gran parte del dinero recibido en juergas con los amigos.
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