Joan Rivers, la famosa comediante neoyorquina, que impuso en los EEUU los monólogos como forma de humor en solitario desde la década de los 60, falleció a los 81 años el 4 del corriente mes en la misma ciudad que la vio nacer.
Gracias a sus numerosas declaraciones y a que incluso lo dejó escrito en uno de sus últimos libros, era bien sabido que la mayor parte de su cuantiosa fortuna iba a ir a parar a manos de su hija Melissa y de su nieto Cooper.
Lo que no sabía nadie más que su notario era que, al hacer testamento, Joan se aseguró que sus cuatro perros quedaran en manos de la que fuera su asistenta y que también ellos recibieron buen “bocado” económico ya que solía decir que un perro era mucho mejor que cualquier marido pues jamás dejaban la tapa del WC levantada.
Tal y como ella deseaba, Hollywood la despidió como a una estrella con un funeral por todo lo alto, con profusión de fotógrafos y paparazis, mucha música, cámaras, luces, color y una alfombre roja, que luego de ser pisada por multitud de famosos fue enterrada con ella.
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Foto gentileza de: 92y
