El día que mi padre me pidió que le acompañara a comprar un ordenador, sinceramente pensé que lo hacía por complacer a mis hijos y mis sobrinos que le decían vejete y “antiguo” porque en la vieja casa no había ninguno.
Después me pidió que le enseñara a usar los elementos básicos: los procesadores de textos, los modificadores de imágenes (para corregir los ojos rojos, dijo) y los programas de escuchar música y ver videos y películas.
Una tarde me llamó para informarme que tenía Internet y que ahora sí que sus nietos tendrían que reconocer que se había modernizado. Me pasé largas horas dándole toda clase de explicaciones de los sitios que podía visitar y los que tenían riesgos.
Terminé por instalarle un buen cortafuego y un antivirus de gran potencia, porque su insaciable curiosidad le llevaba a meterse en todas las páginas que le parecían remotamente interesantes.
Por medio de un chat comenzó a relacionarse con personas de su misma edad que también estaban solos y a intercambiar experiencias y anécdotas. Lo cierto es que a partir de ese momento, según él jamás se aburría.
Una madrugada su corazón se cansó de latir tras 85 años de vida plena y satisfactoria según él mismo presumió siempre. Días después de su fallecimiento nos enteramos que meses atrás había decidido hacer testamento online y nos quedamos de piedra.
El contenido del documento no tiene relevancia, solo quería agradecer a Testamenta que le hayan ayudado a mi padre a otorgar testamento sin moverse de su casa y enviándole al notario para que recogiese la firma en su domicilio.
Foto gentileza de: saludymedicinas